sábado, 29 de agosto de 2020

Templanza y ecuanimidad


Vivimos una experiencia única dentro de nuestra historia personal y global que nos está perturbando estructural, emocional y funcionalmente. La angustia, el miedo, la soledad, los conflictos familiares, la estrechez material, y el doloroso duelo… El principio de realidad nos acecha y no existe escapatoria, ni subliminal ni material. Confinados con nuestro único tesoro interno que implica un mirar al abismo del vacío, una mirada con gran recelo. En momentos donde el suelo cruje y los cimientos de nuestra casa tiemblan, como un funambulista que en cualquier momento se precipita a lo desconocido, se nos exige un pulso de hierro y un equilibrio interior inusitado para posar nuestro pie en el siguiente paso acróbata de nuestra cuerda floja. ¿Cómo reforzar este equilibrio interior delante tanto caos?

Propongo tomar la simbología de la carta de la Templanza, que está muy vinculada a la energía Acuariana, una energía que pasa de lo individual a lo colectivo, donde la heroína empieza a verse a sí misma siendo la parte de un todo. En la imagen vemos como se pasa agua de un cántaro a otro y donde se derrama agua a favor del río humano. Pero quien derrama el agua es un figura celestial y aérea, así pues el Ego humano debe quedar disuelto en este fluir del agua a través del aire. Según Sallie Nichols, “Desde siempre los ángeles han sido mensajeros alados del cielo, significando, psicológicamente con ello, la experiencia interior de una naturaleza luminosa que conecta al hombre con el mundo arquetípico del inconsciente”. E aquí una luz de sabiduría interna que se representa en corazonadas, intuiciones, sueños y que nos sirven de guía en el tránsito oscuro de estas experiencias que nos marcan los giros cruciales de nuestras vidas.



Sonia Pulido Ilustration



Aquí hay que volver de nuevo al río de la humanidad donde las angustias, los miedos, las soledades, los conflictos, las estrecheces y los dolores acaban fluyendo en una mar suprahumana, una agua marina que nos baña y donde nada nos es ajeno. El sentimiento de unidad emerge en este confinamiento. Más que nunca todos somos uno. No hay pared, no hay barrera, ahora no hay límite para que fluya la vivencia real y humana, igual que fluye el agua. No estamos separados y no estamos solos.

Ahora emergen las necesidades genuinas y reales. Los más profundos anhelos y los más profundos amores. Momento de llamar, de comunicar, de expresar, de escribir y de compartir. Momento de comprender y de ejercer la compasión del dolor ajeno, porque NADA ES AJENO.

La mar siempre está acompañada de una brisa marina que eleva la gota salada de lágrimas, de lágrimas posadas en su profundidad y que acaban naciendo en la superficie. El Aire Acuariano bufa, mueve y oxigena toda nuestra humanidad. Lo humano flota en el aire, se mueve, se aligera... se transmuta en humildad dado lo efímero de su paso. El aire aligera la humanidad y la profundidad marina. La clave es la elevación y con ello el tomar visión y perspectiva. La mar vista desde el cielo alude a una profunda sensación de serenidad y equilibrio de los procesos de vida y muerte y vida y muerte y vida y... perpetuo movimiento orgánico. Un movimiento que exige el cambio, la transmutación y la no resistencia o control. El agua no se resiste. El agua no se controla. Y esta consciencia área nos permite un cierto punto de desapego al fluir natural de las cosas.

La templanza es ese equilibrio que nace del ver el fluir de las cosas y de que todo "es". Aceptar lo que “es” y entender que lo que “es” forma parte de un ciclo. Un ciclo con principio y fin. Desde esta altura, como funambulista, entiendo que voy a posar mi pie sobre la cuerda, que me voy a sostener en el aire momentáneamente para volver a poner de nuevo el otro pie, en un contínuum perpetuum.

Como gotita de este océano humano quiero compartir mi más profunda experiencia personal en mi trayectoria de vida. La vida me ha dado reveses que no he podido controlar y que me han hecho sentir una profunda sensación de derrota y sin sentido. Un sentimiento de arrebato injusto, arrebato de mi alegría, mi inocencia y mis personas amadas. Estos sentimientos me han generado un sensación flotante de angustia y sufrimiento que me bloquearon para sentir y acoger lo bello de la realidad. Porque la realidad es dual. Existe el amor y el odio, el placer y el dolor, la abundancia y la carencia, y así perpetuamente...Mi forma de percibir el mundo ha sido anclada en la pérdida. Cuando toqué realmente, sin evitación y sin sublimación, el dolor de esa pérdida, pude comenzar a sacar mi ser a flote. Una vez ahí, en la superficie de la emoción, tomé conciencia que por encima del mar brilla el sol, hay gaviotas y existen las nubes. Y las nubes son hermosas. Y comprendí, con profunda consciencia, la ecuanimidad. La ecuanimidad es un estado de conciencia emocional, mental y física de que existe un punto medio para percibir la realidad. Que nada es blanco o negro. Que siempre hay luz en la oscuridad y oscuridad en la luz. Y que todo se mueve. Que toca sentir lo que está ocurriendo y que se puede mirar desde una vista de gaviota para poder percibir el todo global.

Vivímos la noche oscura del alma humana. Y ahora me resuenan las palabras de mi madre cuando decía "Dios aprieta pero no ahoga"

Siempre hay un soplo de aire, por pequeño que sea. Y ahora toca valorar lo pequeño. Porque dentro de lo pequeño hay algo grande. 

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